13 de febrero de 2008

Promesas del Este

Nikolai Luzhin (Viggo Mortensen) es un hombre misterioso y carismático, nacido en Rusia, que trabaja como chofer de una de las familias de descendencia europea oriental más notorias del crimen organizado de Londres. Esta familia forma parte de la fraternidad de los Vory V Zakone, que literalmente significa “ladrones de la ley”. Se trata de una fraternidad de ladrones con un código de honor muy salvaje y respetado, cuya violación se paga con la mutilación o con la muerte.
El jefe de la familia de los Vory es Semyon (Armin Mueller-Stahl). El hijo de Semyon, el imprevisible Kirill (Vincent Cassel) es el encargado de poner a prueba el destino de la familia.
La vida de Nikolai, se ve sacudida cuando su camino se cruza con el de Anna Khitrova (Naomi Watts), una partera de un hospital del norte de Londres que se ve profundamente afectada tras presenciar la muerte de una joven madre después de dar a luz a su bebé. Al encontrar el diario de la joven, escrito en ruso, decide rastrear el linaje y a los parientes del bebé, pero al ahondar en el diario, Anna ha desatado la furia más brutal de los Vory.

Con Semyon y Kirill estrechando filas y Anna insistiendo con sus preguntas, Nikolai se encuentra entre la espada y la pared, sin saber a quién serle leal. ¿En quién puede confiar? ¿En quién debería confiar? Varias vidas, incluso la suya propia, se encuentran en peligro mientras una cadena desgarradora de asesinatos, engaños y castigos retumban en los rincones más oscuros del corazón de la familia y de Londres.
David Cronenberg sube la apuesta, y tras "Una historia violenta" nos entrega un film poderoso, magnético, en donde tal vez la actuación de Mortensen no sea como para estar candidato a los Oscars, pero que igualmente no desentona con el clima creado por el resto del reparto. La densidad del ambiente, el contexto que rodea a los personajes, es opresivo. Esa Londres lluviosa parece querar limpiar los litros de sangre que correr en defensa de honores perdidos. Cassel aporta la cuota de comicidad bizarra, y Watts, la sensibilidad.
La violencia no suma más de cinco minutos de metraje -sin desperdicio la secuencia en el sauna en donde Viggo, asi como Dios lo trajo al mundo, se defiende de un par de matones a cuchillazo limpio-, pero la sensación de muerte acompaña al espectador a lo largo de toda la proyección.
Nuestra opinión: n n n n n

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