Cuando se nombra a Sierra Chica, la memoria remite a los Doce Apóstoles y a las empanadas de carne humana que le hicieron comer a los rehenes. Como si fuera una macabra comunión, ofrendaron el cuerpo y la sangre de uno de los presos a cuatro carceleros.
Los protagonistas hicieron voto de silencio, por eso no se defendieron en el juicio. Once años después, el autor viajó a la prisión de Sierra Chica con uno de los Apóstoles que está en libertad a revivir la historia. Beldi descubre el velo que ocultó la masacre de Sierra Chica y, al mismo tiempo, plantea que no se trató de un hecho espontáneo e irracional, sino de una historia de odios guardados durante años.
El silencio de los involucrados que mintieron en el juicio para conseguir privilegios, por miedo o por devoción a los Apóstoles, mantuvo escondida una verdad que el autor descubre luego de una exhaustiva investigación.
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