Los freaks siempre fueron explotados por quienes hicieron de su exhibición una inagotable fuente de riquezas. Junto a la narración de estas vidas prodigiosas (que muchas veces inspiraron a escritores y cineastas) se desarrollan las raíces biológicas que condujeron a su singularidad, las distorsiones cromosómicas o genéticas que explican o pretenden revelar esta llamada monstruosidad. En Monstruos como nosotros verán desfilar al Hombre Elefante junto a gigantes enamorados, falsas sirenas, hombres de tres piernas jugando al fútbol con siameses desconsolados mientras Phyneas T. Barnum anuncia el espectáculo más curioso del mundo a la vez que cuenta sus millones y comenta, con una sonrisa entre los labios, que a cada minuto nace un imbécil para ser engañado con sus trucos.
Entre estos prodigios de la naturaleza como Johnny Eck, el rey de los freaks, el príncipe Radian, el hombre gusano o Julia Pastrama, la hirsuta cantante mexicana, y el resto de la humanidad sólo existe una ínfima proporción de ADN modificado por impredecibles mutaciones. De esta caprichosa y voluble sucesión de ácidos nucleicos depende nuestra vida. Así de frágil es nuestra monstruosidad. Así de endeble es nuestra supuesta normalidad.
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