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Como en La rueda de Virgilio, Luis Gusmán vuelve a urdir un relato en el punto lábil y tan discutible donde se entrelazan la vida y la literatura, su vida y su literatura. Pero esta vez las intenciones son otras. La voz en cuestión, de muy diversas maneras, interpela a los muertos, a los propios; a los ajenos que el amor o la admiración ha vuelto propios. Los de la infancia, los más recientes, los literarios. Los interroga al mejor estilo de la novela policial, en la búsqueda de pistas, revelaciones, hasta dar con una verdad donde lo autobiográfico logra construirse como una ficción atrapante y conmovedora.
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