A sus diecisiete años Maya es una chica más o menos normal: su vida transcurre entre las ideas de su madre, los besos y peleas con Abel, los conciertos de rock, las amigas, la escuela. Hasta que un día despierta en un callejón, sola, con la ropa rota, débil y en medio de un charco de sangre. “No comprendía muy bien qué significaba lo que había pasado, pero algo había cambiado, se había roto, perdido, para siempre. Había matado a un ser humano. Y yo era más que un ser humano...”
Los cambios que experimenta en los días que siguen la hacen darse cuenta de que su vida acaba de tomar un giro violento e irreversible. Ahora debe enfrentarse a su identidad y a la responsabilidad que implica una herencia que no pidió ni esperaba.
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