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De ese singular universo que poblaba la ciudad y del divino laberinto de los efectos y las causas que lo crearon, algo sabemos. Del primero, que casi la mitad eran recién llegados (y más de la mitad de ellos italianos) y de los argentinos, que una mitad eran hijos de extranjeros. De qué podían enterarse y qué estaban dispuestos a festejar, también algo sabemos. Muchos festejaban, por ejemplo, la inauguración de la estatua de Garibaldi; los mismos, u otros, llenaban los teatros de ópera, de sainete y de zarzuela, las gradas del hipódromo de Palermo, los remates de casas y terrenos, y otros, y algunos de los mismos, se dedicaban a organizar las huelgas o a concurrir masivamente a los entierros de los grandes hombres, o a homenajear al autor de Tosca, o a Saint-Saëns, o al maestro Toscanini, o a la Infanta, o a Titta Ruffo, o a Blasco Ibáñez.
De ese Buenos Aires antes del Centenario nos cuentan Francis Korn y Silvia Sigal, con la reconocida solvencia que las dos han exhibido en otros trabajos.
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