Cuando Boris Izcovich dijo la palabra "pausa", Mia Fredricksen, su esposa desde hace treinta, enloqueció. Porque lo que deseaba su marido era una pausa en su matrimonio, después de tres décadas sin adulterios de ninguna de las partes, una hija encantadora que iniciaba su carrera de actriz y una relación entre ellos que había ido evolucionando desde el ardor guerrero de los primeros tiempos a la simbiosis casi telepática de los últimos.
Hay que decir que la "pausa" de Boris es francesa, compañera de trabajo en el laboratorio, joven y con buenas tetas. Pero la locura de Mia no fue más que una breve psicosis reactiva y a la semana y media la dejaron marchar de la clínica donde había sido internada. Estos son los sucesos del verano en que Mia regresa a Bonden, la ciudad de su infancia, donde aún vive su madre en una residencia para ancianas activas e independientes.
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