Las hermanas Katie y Kristi vuelven a ser el centro de las presencias fantasmales en la casa. De 2005 viajamos a 1988 cuando eran tan solo dos niñas que vivían junto a su madre y su padrastro, un hombre cariñoso, simpático y amante de su videocámara con la cual se ganaba la vida filmando casamientos. Cuando sonidos inexplicables parecen surgir del techo, el polvo ocasionado por un sismo queda suspendido en el aire y los objetos cambian de lugar, deciden grabar todo lo que ocurre en la casa. El los ochenta, las cintas de VHS tenían un duración limitada, por lo que cada seis horas hay que chequear las imágenes y colocar un nuevo cassette.
Lo que descubran será perturbador.
Esta tercera entrega de la saga no traiciona los principios que convirtieron a sus antecesoras en fenómenos de taquilla, no así de crítica. Adaptando su imagen a un típico vintage pero con el mismo espíritu entre documental y vouyerista, el filme busca el impacto de la audiencia de un modo mucho más evidente de lo que lo hacía el original. Los innumerables minutos muertos de relato y la repetición de lugares seguros ya no son efectivos. A pesar de ello, hay ciertas revelaciones que desvelan secretos de la saga: el amigo imaginario de Kristie podría llegar a ser el espíritu vengador del que hablaba el supuesto pacto de la abuela de las niñas con el diablo. En tono con esto, los últimos diez minutos de metraje son aterradores. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿cómo pueden dos personas olvidar en su adultez estos días traumáticos de la infancia?
Nuestra opinión: Regular
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