Tras veinte años de ausencia Spider regresa a Londres. Se instala en el East End, su barrio natal, en una buhardilla de una pensión próxima a la calle Kitchener, en la que vivió su niñez. En las largas horas de la noche, Spider comienza a escribir las memorias de su infancia, una infancia marcada por su padre, un fontanero que mantiene relaciones con una llamativa prostituta, y por su madre, condenada al sufrimiento de conocer tales relaciones. Spider es un solitario, un ser extraño a todos los lugares, extraño a sí mismo. Y, a través de su escritura, su frágil engarce con la realidad le provoca distorsiones de la memoria que confunden el pasado y el presente, un proceso cuyo fin sólo puede ser la locura. Spider no es el autoanálisis de un loco: es un viaje a través del tortuoso paisaje de la locura y una intrincada novela, desarrollada con vigor e inusual elegancia, sobre la complejidad de un horror excesivamente cotidiano.
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