12 de agosto de 2013

Polígono Buenos Aires

Acaba de morir su padre, y mientras un duelo ambiguo lo invade, Claudio intenta poner orden en su vida. Es un duelo marcado por el rencor y las cuentas pendientes, y su vida no invita al orden estricto. Tampoco aspira a eso: se conforma con un diagrama, unas pautas de circulación y seguridad mientras el horizonte se despeja. Y no se despeja, ciertamente. Claudio viene de un proceso de rehabilitación de cocaína, tras haber sido un dealer exitoso y un consumidor desbordado. Ahora mantiene algunos clientes, que le garantizan unas citas semanales. Se recuesta en ese pálido estar, coloreado por vicios menores, enriquecido de golpe por la aparición de una mujer. Pero el destino es lo que debemos cumplir, y no el plan que trazamos con displicencia. La ilusión de un paréntesis, mientras las piezas vuelvan a encajar, mientras él descubre que pieza es y donde puede encajar, se desvanece. Las cuentas pendientes, las suyas y las de su padre, se presentan con carácter de ultimátum. El natural peligro de su vida se asoma a la lisa y llana violencia. Al final, esa era la única cita importante, y para ese momento se venía preparando.

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