Los siete pecados capitales han sido fuente de innumerables ficciones de tono trágico. Casi podría decirse que parecía un tópico agotado, condenado a la repetición o a la parodia. Pero Eva Menasse encontró un atajo para darles otra vuelta de tuerca: en vez de pensar la gula, la avaricia o la pereza como debilidades que precipitan a las personas en un abismo del que no pueden volver, los ubicó en los pliegues de la vida cotidiana. En la imposibilidad de un hombre de imponerse a su ex esposa, en una alumna que se decepciona de su maestra, en una infidelidad: en episodios desligados de la trascendencia, que quizás por ello nos permiten comprender lo trascendente.
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