En un futuro no demasiado alejado de nuestro presente, los niños nacen con un reloj digital grabado en su brazo. Este cronómetro fluorescente indica el bien más preciado con el que la humanidad cuenta: el tiempo. Hasta los veinticinco años, todos viven una existencia similar a la del siglo XXI, sin embargo, al llegar a la nueva mayoría de edad, comienza la cuenta regresiva: a partir de ese momento sólo les queda 365 días de vida. Cada trabajo que realicen, cada artículo que compren, cada viaje que hagan se abonará y cobrará en minutos, horas, días y años.
El obrero Will Salas (Justin Timberlake) tendrá la ¿desgracia? de recibir más de un siglo de parte de un anciano cansado de la vida eterna. A partir de allí, iniciará una carrera contra el tiempo, tratará de proteger a su familia, se enamorará de la hija de un millonario de los segundos (Amanda Seyfried) e intentará hacer una repartición más justa del tiempo que sólo unos pocos guardaban para si.
Una de las propuestas de ciencia ficción más originales de los últimos meses termina desaprovechando todo el potencial que presentaba en su primera hora. A partir del punto medio, lamentablemente, se trasforma en un film más del montón, donde la acción y el romance se llenan de un cúmulo de ruidos y golpes de impacto.
Volviendo a sus varios logros, “El precio del mañana” critica la velocidad con la que vivimos, la falta de atención a los valores y la familia, el enfriamiento de los vínculos sociales. En este nuevo mundo los minutos son la moneda de cambio más valiosa, se alienta la supremacía del más fuerte, se mantiene a la diversas clases sociales separadas y aisladas y un auto puede llegar a valer diecinueve años, más impuestos (!) Timberlake está cada vez más consolidado como protagonista de tanques hollywoodenses y Seyfried nos brinda su costado más femme fatale hasta la fecha.
Nuestra opinión: Buena
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