Un rayo ilumina la noche, y al instante cambia un mundo para siempre. Toca la casa de la familia Malaquias, y los padres ya no volverán a moverse. Parecen dormidos, y a su modo lo están, aunque eternamente. En otra habitación tres niños descansan en la paz de la oscuridad. Se han salvado, de algún modo. Al día siguiente sabrán que son huérfanos. Uno de ellos, el mayor, se quedará en el campo, trabajando de peón; los otros dos, una niña y un niño, irán a un orfanato.
A partir de esa escena inicial, Andréa del Fuego compone una novela conmovedora y mágica. Sigue la vida de sus personajes, sus inusuales derroteros desde la infancia hasta la adultez, pinta una aldea y su tiempo, en el Brasil rural de las primeras décadas del siglo XX. Que podría ser, también, un pueblo en Argentina o en cualquier otro país de América latina.
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